Chaos
Ayer fue un día complidado. Hoy es un día aún más complicado. Francamente, cada vez me identifico menos con la sociedad común, aquellos quienes ven normal tirar una colilla al suelo, aquellos que infravaloran a las mujeres por el mero hecho de pensar que son capaces de menos, aquellos que defienden una nación sin saber siquiera de qué iba la Guerra Civil, aquellos que no prueban otra cosa que no sean los canelones rellenos de carne a los que hacía referencia en una entrada anterior, aquellos quienes juzgan sin saber, aquellos que maltratan cualquier ser vivo sobre la faz de la tierra creyéndose con la potestad para ello, aquellos que imponen unas reglas del juego dictadas por el dinero y aquellos que susurran al móvil en lugar de a las personas, entre muchos otros.
Millones gastados por un país para apalear a la sociedad catalana. Y yo me pregunto: ¿Cuál es el fin de gastarse semejante cantidad de nuestro dinero cuando no había legitimidad alguna en el Referendum? Es como si a un niño al que le das un spray de pintura le dices que tiene prohibido pintar pero sin embargo agita el bote con intención de hacerlo. ¿Le das dos hostias nada más quitar el tapón?
Llego a casa y me encuentro con que en Las Vegas se han empezado a liar a tiros y leo algo así como “Más de 58 muertos y 500 heridos hasta el momento”. Yo en este punto ya no sé qué pensar. Me gusta argumentar en todo momento y razonar, sacar conclusiones y acertar o equivocarme, pero razonar. ¿Cuándo hemos perdido la capacidad de contar hasta diez y pensar las cosas?
Las conversaciones cotidianas terminan siendo absolutamente triviales, el dinero se convierte en el compañero de vida inseparable y los valores más primitivos e intrínsecos que existen como el respeto, la educación y la tolerancia se van sumergiendo en un mar de caos sucumbiendo al ego, la soberbia y la imagen proyectada.
Echo la mirada atrás y cuando me giro, sigo viendo banderas confederadas. Veo lujuria en los ojos de quienes copulan con el demonio, fantasmas en los montes de piedad. Lo real y lo falso se fusionan para llegar a lo que hoy conocemos como mundo, donde prima una imagen o un número, es decir, un estatus. En función del número de propiedades, capital, familia o color, pertenecerás a una clase u otra. Recuerdo cuando mi madre me contaba cómo, cuando no había dinero en las casas, las familias por Navidad aporreaban la tabla de la cocina haciendo entender que había turrón del duro de postre. Los años de la posguerra se hicieron extremadamente largos y por naturaleza, parece que el ser humano tiende a actuar en ciertos momentos por mantener una dignidad mínima como humano. Ahora el ser humano no tiende sino pretende. Actualmente no es más rico el que más tiene sino el que más aparenta. Cuantos más amigos en Facebook más popular pareces ser. Cuantos más seguidores en Instagram más interesante te hace ser y en Twitter, qué decir de Twitter. Parecerás todo un erudito cuantos más fans contemplen tus breves reflexiones.
Hay cosas que nunca voy a (querer) entender. Ahora mismo me siento minúsculo e insignificante sentado en mi butaca sabiendo que está muriendo gente cada segundo que pasa sin que yo pueda hacer nada y sin que, en muchos casos, sea justo. Gente que podía haber conocido en cualquier momento de mi vida y que por desgracia está en el lugar equivocado en el momento menos indicado porque otra gente se cree con el derecho de decidir sobre quién muere en este mundo y quién no. Mientras tanto aquí no pasa nada, aquí la gente sabe lo que está sucediendo a través de la pantalla de su móvil deseando más palos para los catalanes, llorando a los muertos de países en guerras injustificables u opinando sobre la eterna locura de Kim Jong-un.
¿Nos estamos cargando poco a poco el rumbo natural de las cosas? ¿Cuánto más aguantará la naturaleza en soportar una continua agresión? Si no estamos perdiendo el juicio, que baje Dios, por favor, y lo vea.